
¿Es recomendable dejar el collar o arnés puesto en casa?
26 de febrero de 2025
Trucos para que tu perro camine correctamente con correa sin tirar
13 de marzo de 2025El collar para perros, en apariencia un accesorio cotidiano, atesora una trayectoria milenaria llena de simbología. Considerado hoy un objeto básico para el paseo y la identificación, ha servido a lo largo de los siglos como instrumento de control, protección e incluso ornamento de distinción. Su evolución refleja la relación entre perros y personas: desde la domesticación inicial hasta la consolidación de estos animales como compañeros fieles. Al examinar los vestigios históricos, se descubren collares rústicos elaborados con sogas o cuero, tan primitivos que casi se integraban en la piel del can, mostrando a la vez la función utilitaria y la estima que se tenía a estos animales.
Algunos hallazgos arqueológicos confirman que ya en civilizaciones remotas existía la preocupación de salvaguardar el cuello del perro, empleando tiras de diferentes materiales para evitar lesiones. Además, las representaciones artísticas revelan que no solo se buscaba sujetar al animal, sino también dignificar su rol en la sociedad: desde los perros guardianes y de caza en la Mesopotamia antigua, hasta las razas de compañía en la Europa medieval. Hoy, se pondera el confort y la estética, uniendo la tradición artesanal con tecnologías orientadas a la salud canina. Cada collar, en cierta medida, perpetúa la leyenda de esas primeras comunidades humanas que reconocieron el valor de un buen aliado de cuatro patas.

Orígenes remotos y primeros usos del collar
Las primeras referencias sobre collares para perros datan de épocas sumamente tempranas, coincidiendo con los inicios de la convivencia entre el hombre y el lobo domesticado. El collar surgió como un medio de sujeción y control, si bien pronto incorporó detalles ornamentales para reflejar el estatus del propietario. Las antiguas civilizaciones mesopotámicas y egipcias reconocieron el valor del perro para la caza, la protección y la compañía, y no tardaron en decorar los collares con tallas o incrustaciones que ensalzaban la importancia del animal. Sumerios y babilonios elaboraban piezas en cuero o metal, a menudo con inscripciones que revelaban la pertenencia del can a un templo o a una familia noble.
En documentos arqueológicos plasmados en petroglifos, se vislumbra cómo estos accesorios seguían un patrón bastante simple: una cinta o tira que bordeaba el cuello del perro y a la que podía atarse una cuerda o cadena. Con el paso de los milenios, cada cultura fue desarrollando sus propios estilos y materiales. Algunos estudios, como investigaciones sobre la historia del collar canino, señalan la aparición de ejemplares con bordados y metales preciosos en regiones como Persia o Egipto, simbólicos del afecto y admiración que se depositaba en estos animales.
En determinados lugares, los collares no solo eran un instrumento de control, sino que protegían el cuello del perro de ataques de otros animales, incorporando púas o refuerzos de madera endurecida. Como ejemplo, los perros de combate romano o las manadas de galgos en prácticas de caza llevaban collares robustos. La sofisticación de diseños en materiales más suaves, aptos para perros de familia o para exhibición, se popularizó más tarde, a medida que la figura del perro de compañía adquiría relevancia social.
Transición a la modernidad y estilos diferenciados
La llegada de la Edad Media intensificó el uso de perros en labores de caza y en custodia, por lo que los collares se consolidaron como un objeto indispensable. En los ámbitos nobiliarios se identificaba al perro, a menudo, con el escudo de armas familiar o con detalles heráldicos en su collar. Simultáneamente, los canes de la clase campesina portaban accesorios más sencillos, con trozos de cuero o cuerdas reforzadas. Fue justamente esa brecha entre la función práctica y el símbolo de opulencia lo que definió la evolución posterior: desde el siglo XVII y XVIII, la ornamentación comenzó a florecer en collares que exhibían incrustaciones de oro, plata o piedras semipreciosas, reflejando un estatus de poder y refinamiento.
Conforme la sociedad fue adoptando una visión más afectuosa del perro, se abrió paso a la consideración del confort. Cada vez eran más comunes los revestimientos internos que evitaban rozaduras y los diseños ergonómicos que respetaban la anatomía canina. La fabricación industrial, junto a las mejoras en la obtención de cuero de buena calidad, consolidó un mercado amplio y variado. Hasta bien entrado el siglo XX, la mayoría de los collares no diferenciaba razas ni tamaños, sino que se basaba en tallas genéricas. Sin embargo, la creciente concienciación sobre la salud de la mascota ha impulsado la aparición de piezas especializadas en morfologías concretas, como los cuellos más largos o frágiles.
Más que una cuestión práctica
En décadas recientes, el collar dejó de ser un accesorio puramente funcional para adoptar un rol estético y, en algunos casos, incluso extravagante. Los diseñadores de moda contribuyeron a este fenómeno creando ediciones de lujo y conjuntos a juego con la vestimenta del dueño. Aun así, las corrientes más veterinarias insisten en que, por encima de los brillos o la sofisticación, lo primordial es garantizar la seguridad del can y elegir collares que no perjudiquen su postura. Este equilibrio entre estilo y salud se ha convertido en la consigna de un público que exige calidad y belleza a partes iguales.
Un presente de lujo sin sacrificar la salud
En la actualidad, los collares se ofertan en un abanico enorme de colores, materiales y acabados, pero siempre es imprescindible verificar su ergonomía. Una tendencia al alza consiste en diseñar modelos que conjuguen la solidez de un cuero tratado con la suavidad interior necesaria para evitar molestias en el cuello del perro. Entre quienes buscan accesorios que no solo realcen la apariencia de su compañero, sino que también cuiden su salud, algunas alternativas pueden hallarse en creaciones avaladas por veterinarios, que se esfuerzan en el respeto a la anatomía del perro, sin renunciar a un toque distintivo. Por ejemplo, en la gama de collares enfocados en el bienestar canino se aprecia esa fusión de elegancia y funcionalidad que marca la diferencia.
Esta visión moderna del collar recupera la herencia histórica de su función protectora y de su rol identificativo, a la vez que reivindica la necesidad de evitar roces agresivos o compresiones que afecten la respiración. Todo surge de la idea de que el collar es un puente que vincula al perro con su humano, un instrumento de control tan antiguo como la relación entre ambas especies, pero que ha ido transformándose en reflejo de cambios culturales y avances de la técnica.